De los diarios a los hilos: entre Hitler y Ariadna.

Andaba yo dándole vueltas a crear una entrada sobre cómo los libros nos llevan a los enredos más maravillosos que podamos imaginar. De cómo un libro que en un principio no tiene nada que ver con nuestra materia nos termina dando interesantes pistas, nuevas perspectivas e incluso bibliografía. Con ello no haremos más que ganar en perspectiva y riqueza de nuestra tarea de historiadores. 

Por ejemplo, siempre he sido un admirador de Conan Doyle, Stoker o Wilde; todos estos grandes escritores del XIX, pero nunca he tenido más pretensión que leer sus novelas y obras de teatro. Ahí quedaba la cosa. En la carrera estudié el siglo XIX con poca alegría, debo admitir. 

Eso fue hasta que llegó 2018 y me crucé con la obra ya reseñada en el blog Algo en la sangre: la biografía secreta de Bram Stoker. El hombre que escribió Drácula, que me abrió las puertas a la locura y el éxtasis con el XIX. Si no me he comprado una veintena de libros sobre el siglo XIX en los últimos dos años no me he comprado ninguno. Y ya no digamos de libros directamente relacionados con Drácula. A lo mejor algún día hago la relación de los mismos para que os hagáis una pequeña idea de mi bibliomanía.

Portada de Vender a Hitler. Editorial Es Pop Ediciones.

De hecho esta entrada iba a hacerlo con un libro que trata sobre Drácula, Miedo y deseo. Historia cultural de Drácula (1897) del historiador Alejandro Lillo. Un gran libro con una propuesta más que interesante y que, como decía al principio, me ha dado más hilos sobre los que tirar y que podré aplicar a mi campo de estudio. En un futuro le dedicaré una reseña, pues la obra lo merece. 

El cambio de tercio con respecto a esta entrada ocurrió de madrugada. Exactamente a las 2:30 de la mañana pues dejé constancia de ello en Instagram (de otra manera no me acordaría). Ando releyendo con calma La crisis del siglo XVII. Religión, Reforma y cambio social de Hugh Trevor-Roper. Evidentemente conocía algunas obras, sobre todo en torno a la Edad Moderna, de este polémico historiador, pero nunca había leído su biografía. Comenzaré por decir que no soy precisamente un especialista en la II Guerra Mundial. Siendo sincero me aburre un poco, supongo que por la enorme abundancia de documentales y libros. Y, fallo mío, salvo que algo me interese soy absolutamente ignorante en el tema. Reitero que fallo mío, pero así soy. 

A pesar de lo que el cine en ocasiones nos muestre, los historiadores no somos hombres de acción. Si acaso, nuestra gran aventura es perder un libro por casa o unos papeles. En ocasiones su búsqueda se convierte en algo tan complejo como la del Santo Grial. No creo que sea habitual que un modernista, en este caso Trevor-Roper, termine siendo oficial del servicio de inteligencia británico. Y no debió de ser precisamente de los malos, ya que fue elegido por el gobierno para investigar la muerte de Hitler. Fruto de tal investigación publicaría Los últimos días de Hitler, el primero de otros muchos libros que dedicaría al III Reich y sus protagonistas, y que a mí se me perdieron en la maraña bibliográfica que genera el tema; a él le valió el cargo de director del célebre Times.

Lo que me dejó aún más descolocado es cómo se vio envuelto este historiador en la supuesta existencia de unos diarios de puño y letra del mismísimo Hitler, que se ofrecieron en subasta en 1983. Sin ser, como ya he dicho un experto en temas de la II Guerra Mundial, la mera posibilidad de unos diarios de Hitler ocultos por casi 40 años se me antoja muy improbable, y más si salen a la luz extractos del mismo en la prensa. 

Evidentemente, tan sorprendente hallazgo llevó a las editoriales de medio mundo a ansiar tan espectacular obra y a ofrecer sumas astronómicas por hacerse con ellas. Hitler era un personaje oscuro incluso para los colaboradores más cercanos a él, como Von Ribbentrop, que admitían que nunca le conocieron realmente. Incluso obras como las Memorias de Albert Speer, que permiten pegar un vistazo a cierta cotidianeidad del dictador, no hacen sino confirmar la opacidad de éste.

Por tanto, contar con los diarios de Hitler sería toda una revolución. A ello se unía que en los supuestos diarios se da una visión totalmente distinta al viaje de Rudolf Hess a Gran Bretaña. Dinamita pura, en resumen.

Repercusión en la prensa española del supuesto hallazgo. Fuente: El Confidencial.

Los diarios de Hitler descansaban en un banco de Zurich y Trevor-Roper fue invitado a examinarlos, tanto como experto en el dictador alemán y como representante de un medio que quería hacerse con los mismos. Como dato diré que se llegaron a ofrecer casi cuatro millones de dólares, y que hubo editoriales que perdieron cantidades ingentes en adelantos para hacerse con los derechos de tan preciados textos. 

Trevor-Roper, junto a otros dos expertos de talla mundial, certificaron la autenticidad del documento... y se armó la gorda. Radio Moscú decía que era cosa de la CIA, la CIA decía que del KGB, y la República Democrática Alemana se enfadó por lo que consideraba que era una campaña contra ella. El jarro de agua fría vino cuando el Archivo Estatal de de la República Federal Alemana determinó, que lejos de ser auténticos, eran una chapuza enorme, donde ni el papel ni el pegamento de los mismos coincidía con los materiales de la época; eso sólo para empezar.

Evidentemente, los supuestos diarios de Hitler eran una chapuza, y más falsos que un billete de seis euros. De cómo Trevor-Roper y otros dos grandes especialistas se comieron tal mentira tendré que leer Vender a Hitlerdel escritor Robert Harrislibro al que llegué para conocer lo que se ha calificado como la mayor estafa editorial de la Historia

La reputación de Trevor-Roper se vio seriamente perjudicada. Sinceramente, y sin aún haber profundizado en el tema, voy a ser muy cauto a la hora de valorar tal hecho. Recordemos que los otros dos especialistas certificaron la autenticidad del documento y que el bulo se lo tragó medio mundo editorial

La historia de los supuestos diarios de Hitler me interesan mucho, aunque no tanto por la figura del señor austríaco que copió el bigote a Charlot. Me interesa porque permite saber cómo se crea una falsificación histórica de tales características; que, además, no es la primera: véanse Los Protocolos de los Sabios de Sion, entre otros. También me ha hecho reflexionar de cómo incluso los mejores cometen errores y de las precauciones que tienen que tomar los historiadores a la hora de enfrentarse a una documentación

Y así es cómo en la madrugada Ariadna me tendió un hilo que me llevó de la crisis del s. XVII a los diarios de Hitler. Esto es un giro argumental y lo demás tonterías. Y lo disfruté cosa mala, que realmente es de lo que va todo esto. ¿No?

Saludos a todos.

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