«Silencio». La épica jesuita tras lo nuevo de Scorsese (2016)
Cartel promocional (Wikipedia) |
Como historiadora amante del periodo —y ya bastante harta de las (malas) variantes de ficción al estilo Águila Roja—, el estreno de una película que tenga que ver con los siglos XVI y XVII es ya de por sí un poderoso aliciente para encaminarme al cine más cercano. Pero si además ésta se sale de las típicas «batallitas», tradicionalmente sobrerrepresentadas dentro del género del drama histórico, una ya se las promete bien felices, cual gorrina en lodazal.
Desde el apresurado tráiler lanzado el pasado mes de noviembre supimos que Silencio, por el contrario, nos prometía ahondar de la mano de Martin Scorsese en la fascinante y aún poco conocida historia de un descubrimiento mutuo: las interacciones entre Europa y Asia en los márgenes de la primera globalización. En concreto, la película narra el trágico destino final de la misión jesuita en Japón, la cual vive sus últimos momentos entre violentas persecuciones por parte del shogunato Tokugawa entre 1605 y 1639.
Esta película nos brinda, por tanto, una muy buena oportunidad para volver a ver en acción a la Compañía de Jesús tras aquélla otra gran película de 1986 que fue La Misión. Pero antes de dar rienda suelta a mi evidente entusiasmo, quiero avisaros de que se trata de una película larga, densa y de ritmo lento (aproximadamente en torno a las 2 horas y media). Las tribulaciones de fe del principal protagonista, el padre Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield), quizá tampoco sean del interés de todo el mundo, se considere una persona religiosa o no.
Sin ánimo de entrar en cuestiones técnicas, por la parte que me toca como historiadora he de darle a la película un rotundo sobresaliente, tanto en ambientación como en el tratamiento de un contexto histórico tan rico y complejo. Es de justicia reconocer que éste no es tanto un mérito que debamos al propio Scorsese como a la obra homónima original que adapta, autoría del japonés Shūsaku Endō (1966); pero, tal y como hizo Roberto el pasado año con el análisis de La Bruja (2016), cuando las cosas se hacen bien hay que manifestarlo las veces que haga falta.
Todos los diálogos, además, están cuidadosamente trufados de referencias históricas o personalidades conocidas sin dar esa irritante sensación tan habitual en la ficción de que te están impartiendo una obligada clase de Historia. No obstante, reconozco que sólo alguien que esté mínimamente familiarizado con estos detalles le sacará todo el partido que encierra; de lo contrario, se volverá una película definitivamente reiterativa y hasta tediosa (como creo que así ha ocurrido, en general, a pie de butaca).
Pues bien, tras recomendaros no seguir leyendo en caso de que aún no la hayáis visto, en esta entrada intentaré ahondar en algunas de las cuestiones que más me llamaron la atención y que aparecen muy bien representadas en la película a través de los diferentes personajes (tengo pendiente aún la novela y sé que en algunas partes difieren sustancialmente).
Y es que estos señores de voluntad combativa no obedecían más autoridad que al Papa de Roma, sirviendo de facto como agentes directos en la evangelización de las nuevas tierras que los galeones desvelaban a su estela. El Pontífice podía de este modo comenzar a «olvidarse» de su tradicional dependencia hacia las monarquías ibéricas a la hora de hacerse cargo de este tipo de empresas. Así, pese a la cuidada planificación de Felipe II, la hipotética y ambiciosa Conquista de la China Ming ya no correspondió a la Monarquía, sino que se dejó en las manos de tan peculiares «tropas».
Última edición en Edhasa (2009) |
Todos los diálogos, además, están cuidadosamente trufados de referencias históricas o personalidades conocidas sin dar esa irritante sensación tan habitual en la ficción de que te están impartiendo una obligada clase de Historia. No obstante, reconozco que sólo alguien que esté mínimamente familiarizado con estos detalles le sacará todo el partido que encierra; de lo contrario, se volverá una película definitivamente reiterativa y hasta tediosa (como creo que así ha ocurrido, en general, a pie de butaca).
Pues bien, tras recomendaros no seguir leyendo en caso de que aún no la hayáis visto, en esta entrada intentaré ahondar en algunas de las cuestiones que más me llamaron la atención y que aparecen muy bien representadas en la película a través de los diferentes personajes (tengo pendiente aún la novela y sé que en algunas partes difieren sustancialmente).
Presentemos primero a nuestro dúo protagonista de ficción, los padres Rodrigues y Garupe, jóvenes miembros de la disciplinada Compañía de Jesús, fundada entre 1538 y 1541. ¿Qué tenía esta nueva orden de especial entre todas las que se lanzaron a la fiebre misionera durante la llamada Época de los Descubrimientos? Para empezar, hacia mediados del siglo XVI y al calor de la Contrarreforma, los jesuitas se habían convertido en los nuevos «gallos del corral» eclesiástico. Se diferenciaban en mucho de las pretéritas órdenes mendicantes (carmelitas, franciscanos, dominicos y agustinos), a las que había correspondido hasta el momento la evangelización de América a las órdenes dictadas por los reyes de Portugal y Castilla.
Retrato de Loyola en armadura (Wikipedia) |
Los jesuitas no tardaron en sobresalir como lo más granado que tenía la Iglesia católica del momento: aparte de ser cultísimos y formados, demostraron poseer una adelantada visión «empresarial» así como un espíritu inquebrantable ante las dificultades (no perdamos de vista que muchos de ellos habían sido ex-soldados, como el propio fundador de la orden, san Ignacio de Loyola).
Estos misioneros jesuitas no sólo viajaron por todo el globo durante los siglos XVI-XVIII conformando una orden de fuerte carácter «internacional» y diversidad de nacionalidades entre sus miembros. También fueron los que más se «molestaron» por aprender diferentes lenguas e «integrarse» en las costumbres de sus futuros conversos, legándonos a los historiadores auténticos tratados de antropología del momento.
Durante toda la segunda mitad del XVI, entre intereses tanto religiosos como mercantiles, los jesuitas se convertirán en los intermediarios por excelencia entre los europeos y las civilizaciones autóctonas dentro del tablero asiático. En este sentido, la película nos muestra el curioso —por anacrónico— cameo del padre Alessandro Valignano. Desde Goa, la joya colonial del Imperio portugués en India, este jesuita de origen napolitano fue históricamente otra figura clave en la organización y estructuración del papel de la Compañía en Asia. En 1582 envió la primera delegación oficial de japoneses a Roma (Embajada Tenshō), a fin de mostrar en la Cristiandad los frutos de su esfuerzo evangelizador (y pedir nuevas fuentes de financiación para proseguirla). Ciertamente, en 1639 el Valignano histórico llevaba muchos años muerto y enterrado (1539-1606), pero la inclusión del personaje de Ciarán Hinds en la película nos parece todo un acierto, pues conserva todo el carácter y significado de su figura.
Sin embargo, cuando Rodrigues y Garupe (Adam Driver) emprenden su viaje a Japón en 1639 para dar con el paradero de su mentor, el padre Cristóvão Ferreira (Liam Neeson), deben hacerlo clandestinamente, pues aquellos días dorados de la Compañía en Asia han pasado hace tiempo. Temeroso de posibles intentos de invasión por parte de las potencias europeas —con las que antaño había estado muy interesado en comerciar a cambio de armas de fuego—, en 1606 el shogunato Tokugawa se veía lo suficientemente fuerte tras la reciente reunificación del país como para decretar la ilegalización del cristianismo.
Esta nueva actitud de hostilidad, evidentemente, no sólo respondía a cuestiones meramente religiosas. Los jesuitas habían sido incapaces de evitar cierto grado de implicación en la política japonesa al influir en los poderosos daimyō de las islas Kyūshū. Más tarde, la llegada de franciscanos españoles desde Filipinas en la década de 1590 hizo que la relación con el gobierno japonés se enrareciera aún más, pues estos «frailes idiotas» —como solían mofarse de ellos los propios jesuitas—, centraron su labor misionera en la evangelización de miserables, pobres y campesinos. La creciente influencia del catolicismo militante comenzó a percibirse como un claro elemento desestabilizador y hasta subversivo, pues no sólo amenazaba potencialmente el orden político, sino también la propia estructura social interna.
Así pues, en 1614 se promulgó oficialmente la prohibición completa de esta religión a todos los japoneses, momento en que se calcula la existencia de unos 300.000 conversos. Durante los años siguientes, el Bakufu fue decretando progresivamente la expulsión del país de todos los europeos: los últimos fueron los portugueses en 1638 tras la multitudinaria Rebelión campesina de Shimabara, acusados precisamente de espolearla. Mas sólo fue bajo el decidido shōgun Tokugawa Iemitsu (1604-1651) cuando realmente se hicieron efectivas las sucesivas prohibiciones y se terminó expulsando a todos los europeos de Japón (fueran religiosos o no), con la única excepción de los comerciantes holandeses de Dejima.
Estos misioneros jesuitas no sólo viajaron por todo el globo durante los siglos XVI-XVIII conformando una orden de fuerte carácter «internacional» y diversidad de nacionalidades entre sus miembros. También fueron los que más se «molestaron» por aprender diferentes lenguas e «integrarse» en las costumbres de sus futuros conversos, legándonos a los historiadores auténticos tratados de antropología del momento.
Valignano al pirncipio de la película (IMDb) |
Garupe y Rodrigues en Macao (CLTURE) |
Esta nueva actitud de hostilidad, evidentemente, no sólo respondía a cuestiones meramente religiosas. Los jesuitas habían sido incapaces de evitar cierto grado de implicación en la política japonesa al influir en los poderosos daimyō de las islas Kyūshū. Más tarde, la llegada de franciscanos españoles desde Filipinas en la década de 1590 hizo que la relación con el gobierno japonés se enrareciera aún más, pues estos «frailes idiotas» —como solían mofarse de ellos los propios jesuitas—, centraron su labor misionera en la evangelización de miserables, pobres y campesinos. La creciente influencia del catolicismo militante comenzó a percibirse como un claro elemento desestabilizador y hasta subversivo, pues no sólo amenazaba potencialmente el orden político, sino también la propia estructura social interna.
Inoue Masashige (Issei Ogata) |
La erradicación de los últimos reductos de cristianismo autóctono fue lenta pero segura, entre una mezcla de persuasión y violencia que se puede apreciar muy bien en la película. El método del «palo y la zanahoria» queda particularmente bien personificado en la figura del astuto Inquisidor Inoue Masashige (1585-1661), personaje histórico «célebre» tanto por su persistente persecución del cristianismo, como por los rumores de haber sido amante del propio Iemitsu.
Precisamente, el arma arrojadiza de Inoue para doblegar a Rodrigues son los propios kakure kirishitan, o campesinos japoneses que profesan el cristianismo en la clandestinidad. Mónica (Nana Komatsu), Mokichi (Shynia Shukamoto), Ichizo y los demás aparecen como dignos y serenos mártires que incluso hacen dudar de la fortaleza de su fe a los propios sacerdotes.
No obstante, tanto Rodrigues como Garupe los contemplan de una forma compasiva, mas no exenta de paternalismo (pues «viven como bestias»). Esta actitud, por otra parte, no era extraña en los jesuitas. Desde el principio, evangelizar directamente al pueblo les parece una idea descabellada y, cuanto menos, muy poco práctica. Sus esfuerzos allí, como lo estaban así mismo en Europa, iban más dirigidos a la cúspide social y a la educación de las élites; estableciendo alianzas y acuerdos comerciales con distintos daimyō y señores en la parte suroeste del país se esperaba que ellos mismos convirtieran al cristianismo a sus respectivos vasallos.
El sincretismo religioso en sus creencias es otro aspecto muy interesante que muestra la película, así como su obsesión por llegar al Paraíso, por el que preguntan insistentemente imaginando un lugar donde no existe el hambre, la enfermedad o el trabajo de sol a sol. ¿Podría no faltarle cierta razón al padre Ferreira al afirmar que en realidad no creían en el Dios cristiano? El abandono de estas comunidades a la más estricta clandestinidad hizo que con el paso del tiempo acabaran desarrollando un curioso cristianismo, altamente «contaminado» por elementos autóctonos.
No quiero echar el cierre a este ya extenso repaso sin hacer justa mención al —para mí, conmovedor— viaje interior del protagonista, el padre Rodrigues. A diferencia de buena parte del elenco que lo acompaña, Rodrigues no es un personaje histórico, si bien parece estar inspirado en el jesuita italiano Giuseppe Chiara (1602-1685). Como prototipo del jesuita ejemplar, Rodrigues se visualiza constantemente a sí mismo encarnando el ejemplo del Salvador durante las diferentes etapas de su periplo por Japón. Incluso cuenta con su Judas (el pescador Kichiyiro) y su tentador Satán (Inoue) particulares.
Como bien se muestra en su diálogo con el «caído» Ferreira, Rodrigues comparte en gran medida las motivaciones que llevaron a san Francisco Javier (otro de los fundadores de la Compañía de Jesús) al país del Sol Naciente. El misionero navarro había arribado a sus costas cerca de un siglo antes (1549), tan sólo 6 años después de la llegada de los primeros comerciantes portugueses. Dado que éstos se habían limitado a actividades esporádicas y propias de su oficio, el grupo de españoles de Francisco Javier tuvo que empezar su misión evangelizadora prácticamente desde cero, comenzando a recabar información pormenorizada sobre el idioma y las costumbres. Así, tras 8 años moviéndose previamente por otros lugares de Asia, Francisco Javier aún se apoyaba en la creencia tomista de que existía una razón y unos valores morales de tipo universal, iguales y necesarios a toda la humanidad. Los japoneses, en particular, le parecían especialmente bien dispuestos para recibir la fe católica como única y verdadera. No obstante, entendía también que en el país se daban costumbres y usos culturales sustancialmente distintos a los de Europa, por lo que el éxito de la Compañía de Jesús pasaba por «japonizarse» o adaptarse en cierto grado a la cultura local (es decir, conocer al «Otro» desde dentro).
En la película, para el protagonista la apostasía supone una dolorosa renuncia a todos estos ideales, dándose cuenta a la vez de que nunca fue Jesucristo sino, en todo caso, Pedro negándole con el primer canto del gallo. En la historia de Rodrigues se puede ver reflejado cualquiera que haya pretendido «cambiar el mundo» o, al menos, descubrirse incapaz de hacerlo mediante la manera que en principio tenía pensado.
Recibimiento en la aldea de Tomogi (The Fan Carpet) |
No obstante, tanto Rodrigues como Garupe los contemplan de una forma compasiva, mas no exenta de paternalismo (pues «viven como bestias»). Esta actitud, por otra parte, no era extraña en los jesuitas. Desde el principio, evangelizar directamente al pueblo les parece una idea descabellada y, cuanto menos, muy poco práctica. Sus esfuerzos allí, como lo estaban así mismo en Europa, iban más dirigidos a la cúspide social y a la educación de las élites; estableciendo alianzas y acuerdos comerciales con distintos daimyō y señores en la parte suroeste del país se esperaba que ellos mismos convirtieran al cristianismo a sus respectivos vasallos.
El sincretismo religioso en sus creencias es otro aspecto muy interesante que muestra la película, así como su obsesión por llegar al Paraíso, por el que preguntan insistentemente imaginando un lugar donde no existe el hambre, la enfermedad o el trabajo de sol a sol. ¿Podría no faltarle cierta razón al padre Ferreira al afirmar que en realidad no creían en el Dios cristiano? El abandono de estas comunidades a la más estricta clandestinidad hizo que con el paso del tiempo acabaran desarrollando un curioso cristianismo, altamente «contaminado» por elementos autóctonos.
Rodrigues imaginándose como Jesucristo (Aleteia) |
Como bien se muestra en su diálogo con el «caído» Ferreira, Rodrigues comparte en gran medida las motivaciones que llevaron a san Francisco Javier (otro de los fundadores de la Compañía de Jesús) al país del Sol Naciente. El misionero navarro había arribado a sus costas cerca de un siglo antes (1549), tan sólo 6 años después de la llegada de los primeros comerciantes portugueses. Dado que éstos se habían limitado a actividades esporádicas y propias de su oficio, el grupo de españoles de Francisco Javier tuvo que empezar su misión evangelizadora prácticamente desde cero, comenzando a recabar información pormenorizada sobre el idioma y las costumbres. Así, tras 8 años moviéndose previamente por otros lugares de Asia, Francisco Javier aún se apoyaba en la creencia tomista de que existía una razón y unos valores morales de tipo universal, iguales y necesarios a toda la humanidad. Los japoneses, en particular, le parecían especialmente bien dispuestos para recibir la fe católica como única y verdadera. No obstante, entendía también que en el país se daban costumbres y usos culturales sustancialmente distintos a los de Europa, por lo que el éxito de la Compañía de Jesús pasaba por «japonizarse» o adaptarse en cierto grado a la cultura local (es decir, conocer al «Otro» desde dentro).
En la película, para el protagonista la apostasía supone una dolorosa renuncia a todos estos ideales, dándose cuenta a la vez de que nunca fue Jesucristo sino, en todo caso, Pedro negándole con el primer canto del gallo. En la historia de Rodrigues se puede ver reflejado cualquiera que haya pretendido «cambiar el mundo» o, al menos, descubrirse incapaz de hacerlo mediante la manera que en principio tenía pensado.
BIBLIOGRAFÍA Y ENLACES:
- LÓPEZ-VERA, J. (2016). Historia de los samuráis. Gijón: Satori Ediciones.
- MARTÍNEZ MILLÁN, J., PIZARRO LLORENTE, H., y JIMÉNEZ PABLO, E. (coords.) (2012). Los jesuitas. Religión, política y educación (siglos XVI-XVIII), 3 vols. Madrid: Universidad Pontificia de Comillas.
- SCHIROKAUER, C., LURIE, D. y GAY, S. (2014). Breve historia de la civilización japonesa. Barcelona: Edicions Bellaterra.
Muy buena reseña, yo también la disfruté cual gorrino en lodazal –pese a las diferencias respecto al libro que ya he criticado en mi propia reseña. Muy bueno, también, el resumen de todo el contexto que es recomendable –si no imprescindible– para entender y disfrutar la película. Gracias por las citas.
ResponderEliminar¡Gracias Jonathan! Justamente pensé en plasmar un poco todo el contexto para que la gente que no tuviera mucha idea pudiera apreciar mejor todos estos detalles y referencias tan valiosos. ¡Qué sensación "fangirl" total la de ver a Valignano al principio! ;) Ciertamente, gracias a tu reseña caí en que Scorsese había cambiado gran parte del sentido de la historia de Endo, así que la próxima parada será sin duda la novela. Un placer y continuaremos siguiendo tu trabajo con atención (que parece que los que estudiamos la época de Felipe III tenemos que ir escondiéndonos por los rincones). ;)
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