Da Vinci en el Louvre: La exposición

Museo del Louvre (Archivo propio).

Allá por octubre, telediarios, periódicos y redes sociales nos anunciaban la apertura de una exposición dedicada a Leonardo da Vinci en el parisino Museo del Louvre. «La mejor exposición jamás realizada», «Nunca antes tantas obras del genio renacentista han estado juntas» y demás titulares promocionaban la que sin duda sería una exitosa exposición que se celebraba en honor al V centenario de la muerte del polifacético artista. Tras tanta publicidad y alabanza, me di cuenta de que, como historiadora e historiadora del arte, no era solo mi obligación sino mi responsabilidad asistir a semejante exposición de magnitud histórica. Por ello, con casi cinco meses de antelación, saqué mi entrada. Y la semana pasada, por fin, llegó el día de la visita.

Entrada a la exposición (Archivo propio).

Antes de hablar de la exposición en sí, es necesario mencionar uno de los problemas que viene sufriendo el Louvre en los últimos años: la cantidad de visitantes que en masa saturan sus salas. No son pocas las ocasiones en las que se han visto en redes sociales salas abarrotadas del museo mientras que otras aparecen completamente vacías. La sala de la Mona Lisa, en concreto, es siempre la peor, hasta el punto de haber instalado una fila para aquellos que quieran acercarse a ella (ya no para apreciarla, porque nadie se queda ni medio minuto frente a ella, sino simplemente para sacarle una foto). Este es un tema largo y complejo que daría perfectamente para una entrada independiente (o incluso más), pero la pregunta que nos preocupa es: ¿ha sabido el Louvre gestionar este problema en la exposición de Da Vinci? La respuesta es un rotundo no. Las entradas se vendían con una hora que no era respetada y la acumulación de gente en las distintas salas hacía casi imposible poder apreciar de manera más o menos sosegada cualquiera de sus obras. Así, la sensación de agobio era continua.

La exposición estaba dividida en cuatro módulos temáticos por los que se han ido estructurando las salas y las obras. Estos son: Luz, Sombra y Relieve, centrado en su aprendizaje con Andrea de Verrochio; Libertad, haciendo referencia a la libertad que adquirió cuando se «independizó» de su maestro; Ciencia, en el que podemos apreciar numerosas anotaciones y estudios realizados por el genio renacentista; y Vida, el módulo más extenso, en el que se muestra cómo todo lo anterior afectó en la creación de sus obras más celebres.

Estudios de anatomía (Archivo propio).

En cuanto a las obras allí expuestas, se habló mucho de que se iban a reunir obras que no habían estado nunca juntas, que iban a traer prácticamente todo lo que era posible traer (obviamente, La Última Cena quedaría absolutamente descartada, aunque sí había una copia a tamaño real). Cuando una exposición se promociona con mensajes así, un visitante espera encontrar todas las grandes obras que conoce y aprecia.
                                             
Y no. 

Hubo bastantes faltas de obras fundamentales que me sorprendieron, entre ellas La Dama del Armiño, la versión de la National Gallery de Londres de La Virgen de las Rocas y el Hombre de Vitrubio. Este último fue para mí el más sorprendente, dado que yo recordaba haber visto en un telediario que estaba en la exposición y, sin embargo, por más que busqué, no lo encontré. La explicación viene en el folleto de la exposición, en una página que habitualmente uno no lee, y en la que dice que «por motivos de conservación, no todas las obras se iban a quedar todo el tiempo que durase la exposición».

¿Es algo que debería decirse? Sin duda. A falta de menos de una semana de que cerrase la exposición, cuando la fui a visitar, la inmensa mayoría de las obras expuestas pertenecían al Louvre. ¿Mi sensación? Que estaba pagando más por ver obras que habitualmente están expuestas en la colección permanente del museo.

Uno de los aspectos que más me agradaron de la exposición fue la presencia de reflectografías de infrarrojos de muchas obras, permitiendo ver la obra «por dentro», bajo la capa de pintura visible. Poder ver la «radiografía» de un cuadro al lado de la obra original resulta muy interesante. Sin embargo, en varias ocasiones la obra original no estaba (como es el caso de La Anunciación), por lo que la experiencia resultaba incompleta.


 La Virgen de las Rocas y reflectografía (Archivo propio).

Aunque no lo parezca por mis palabras anteriores, la sensación no fue del todo mala. Hubo varias obras que yo nunca había visto antes que me dejaron sin aliento, como La Virgen de LansdowneCabeza de Muchacha o La Belle Ferronnière y, a pesar de que hubiera obras que se echan en falta, sí es cierto que asistir a una exposición que conmemora la vida y obra de un genio tan espectacular como fue Leonardo Da Vinci es, como mínimo, especial.

La Virgen de Lansdowne (Archivo propio).

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