¿Qué publica un historiador? ¿Lo que quiere cuando quiere o lo que puedes cuando le dejan?

Hola a todos:

El pasado seis de agosto subí a mi Instagram la portada del libro Repensar la Historia de Keith Jenkins. Me gusta esto de Instagram, es una manera maravillosa de compartir libros y de conocer nuevos títulos. 

El libro en cuestión daría, me dará, para más de una entrada. Por ahora decir del mismo que es tan interesante como polémico, y eso me gusta porque me da que pensar que es al fin de al cabo de lo que se trata. 

De entre los muchos temas que me ha sugerido su lectura, vamos a comenzar por las presiones que se encuentra en el día a día el historiador a la hora de publicar un trabajo. Algunas obvias, otras no tanto. El texto completo lo podéis encontrar entre las páginas 29 y 30 del citado volumen. Lo que sigue ahora son unas apostillas a las mismas y que creo que se puede aplicar a cualquier investigador e investigación, ya sea la Teoría de cuerdas o sobre el Virreinato del Perú.


Captura de pantalla de mi Instagram, La biblioteca de los locos.
La primera presión a la que se ve sometido un historiador daría para un libro. Las presiones de familia/amigos para que dejemos por un rato los bártulos a un lado y les hagamos caso. Comencemos diciendo que tienen razón y más cuando casi todos tienen un trabajo "normal". Es decir, van a currar y vuelven a casa. Bien sabemos que a nosotros nos espera el curro en sí y, si somos profes, exámenes, preparación de clases y la de mi madre. Encaja ahora investigar y ya es la risa. Es difícil de entender desde fuera y es lógico que así sea. También contad con nuestra obsesión a la hora de escribir e investigar. Vivir con nosotros, fácil, lo que se dice fácil, no es. 

La segunda presión es por la ejercida por tu institución, tu lugar de trabajo. Apremios de decanos, jefes de departamento, colegas, políticas institucionales y las ya mencionadas obligaciones docentes. ¿Escribes lo que quieres cuando quieres, o lo que puedes cuando te dejan?

La tercera presión, que es un pack complejo y completito, es la que ejercen los editores. No debemos de olvidar que ellos lo que tienen es un negocio y que la difusión cultural es parte del mismo, pero no todo. Sin pasta, sin negocio, no hay libro. Y eso tiene sus consecuencias. Tu tema de investigación no tiene por qué interesar a la industria editorial en el momento que tú quieras publicar por muy bueno que sea. Ellos imponen un número mínimo y máximo de número de palabras, lo que de alguna manera modifica tu trabajo original. El propio formato del libro o de la colección, si puedes introducir ilustraciones o tablas, etc. No escribes lo que quieres, tienes que adaptarte a lo que te ofrecen. 

Cuarta presión relacionada con la anterior, los malditos plazos de entrega. Agotado, agobiado y hundido en tu trabajo diario, los plazos de entrega se acercan a ti a la velocidad de la luz sin encontrar un puñetero momento de paz para racionalizar, investigar y escribir cual artesano tu texto. El plazo de la editorial, de la ANECA y otras instituciones empeñadas en tratar la investigación como si fuera lo mismo que cortar tablones. A producción, a destajo. Pedimos la vez calidad y rapidez, y claro...

Siguiente presión de la que nos habla Jenkins: el estilo literario, el modo en que escribe el historiador. Puede adoptar una postura polémica, discursiva, rimbombante, pedante (esta gusta a muchos), más literaria. También la riqueza gramatical, semántica o sintáctica con la que cuente el historiador. Todo ello puede ser que tenga que ser modificado por parte del historiador a petición de la editorial o el propio formato en que se soporte su trabajo.

Tampoco perdamos de vista las "recomendaciones de los evaluadores por pares". Muchas veces, y es humano, el evaluador introduce recomendaciones que tienen que ver más con su área de estudio e intereses que lo que el trabajo pide o necesita. Otros evaluadores pueden exigirte drásticos cambios, acortar el número de páginas desvirtuando tu trabajo de manera definitiva. Por ahora no me ha pasado, pero no perdáis de vista que muchas veces el evaluador prefiere poner mil correcciones que te hagan replantearte publicar tu trabajo antes de decirte un "no", claro y rotundo. Digamos que lo primero es más elegante y a buen entendedor...

Última presión, posiblemente la peor de todas, de carácter interno: la reescritura. Jenkins  lo comenta de manera mucho más académica, pero yo voy a dar mi propia versión. Es lo que yo llamo el "efecto del maldito mono borracho". 

Me explico: un día te entra un siroco y te pones a escribir como si no hubiera un mañana. Te dictan al oído los grandes historiadores que en el mundo han sido y tú crees que estás escribiendo las mejores páginas de todos los tiempos; después de horas de febril escritura apagas el portátil orgulloso de tu obra y te tomas un "güiskazo pa celebrarlo" mientras te ves recibiendo el Nobel. ¿Cuál? Da igual, en esos momentos crees que los mereces todos.

A la mañana siguiente repasas. Porque hasta tú cometes errores, para que te confundan con un semidiós, y cuando empiezas a leer... Dios mío, cuando empiezas a leer. A los dos párrafos te preguntas "¿Qué maldito mono borracho escribió esto?". Pasados los efectos del "siroco y el güiskazo", bajas a tierra y empiezas a trabajar el texto casi desde el principio. Incluso si te sale medio bien y has repasado y cambiado una página varias veces. Ahí sigue el sentimiento de frustración permanente. Creo que no es que quedes contento con lo escrito, es que te ves incapaz de mejorarlo, cosa muy distinta.

Jim Parsons como Sheldon Cooper. Fuente: ABC
Tanta presión produce lo que yo llamo el "Síndrome del niño rarito". Las chicas también lo sufren, conste. Desde el mundo de la ficción tenemos numerosos ejemplos de ello. Desde The Big Bang Theory al Ignatius Really de La conjura de los necios sin olvidar la novela de Donna Tart  El secreto


Icónica imágen de Ignatius Reilly, creación de J. Kennedy Toole. La conjura de los necios. Fuente: 20 minutos
Todos, más o menos, tenemos que luchar con los demonios interiores que despiertan la enorme presión que sufrimos en nuestro trabajo, ya sea impuesta o auto impuesta. Y sí, en otros ámbitos laborales existirá tanta o más presión, pero aquí toca hablar de investigación y más en concreto en la Historia. La diferencia, creo, que está entre los que reconocemos los peligros y los que están tan habituados a sus demonios que hicieron de ellos sus compañeros de viaje. 

Gente sin vida personal o con un panorama desastroso, incapaces de establecer relaciones personales sólidas o normales. Solos, sin amigos... De beca en beca, de ciudad en ciudad. Desarraigados, con problemas nerviosos,  de estrés o ansiedad que, en ocasiones, desemboca en suicidios. ¿Crees que exagero? El otro día la investigadora Soraya Rodríguez Oronoz compartió en sus redes sociales un terrorífico artículo titulado El coste mental de la carrera investigadora donde varios estudios alertaban de todo esto. 

Los hay normales, o aquello que consideramos normal. Tampoco digamos que la norma es el "niño rarito". Nos reconocemos entre nosotros. Tenemos amigos y nos obligamos a salir con ellos para darnos cuenta en la burbuja en la que vivimos. Tenemos pareja e intentamos cuidarla y si nos necesita "le dan por saco a todo": cerramos el portátil para hacerle caso, o para bajar al parque con los niños el fin de semana, porque durante la semana solo te han visto por la foto de perfil del "Guasap". La Historia es mi pasión y mi trabajo, no una condena con la que tenga que cargar

Concluyendo: que investigamos como podemos y publicamos aquello que nos es humanamente posible y que, personalmente, no me voy a dejar el alma en esto. Que escribo e investigo porque me apasiona. Lo hago de la mejor manera que puedo, con toda la profesionalidad de la que soy capaz y que de torturarme lo justito. Opino como los Love of Lesbian que; 
A los atormentados sin motivo que hacen arte  
que les parta un rayo de verdad, y que los calle. 
Bastantes malabares hago ya para llegar a todo para encima flagelarme, presiones las justas, que ya son suficientes, aunque hay que ser conscientes de las mismas y lidiar con ellas. Conste que como todos, no soy la excepción ni mucho menos. 

Posiblemente, seguro, que no llegaré a ser catedrático o un "dios" de la Historia,  pero no es lo que persigo. De nuevo es disfrutar de mi pasión y ganarme la "vidilla" con ello. Nunca estuve dispuesto a pagar el precio, ni hace 20 años ni ahora.

Yo ahí lo dejo.

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