La soga con la que el diablo dividió el mundo

Piensa que la alambrada solo es un trozo de metal,
algo que nunca puede detener sus ansias de volar.
Nino Bravo, Libre

Cuando pensamos en el Oeste estadounidense, al menos quienes tenemos las viejas películas de sábado por la tarde en la cabeza, evocamos inabarcables llanuras, en ocasiones recorridas por inmensos rebaños y, tal vez, por la estela que deja al fondo el tren de la Union Pacific o una solitaria diligencia de la Wells Fargo & Co.

En un momento difícil de acotar este mundo fordiano desapareció ante el avance de, entre otros, el alambre de espino, un invento tan simple como decisivo. Claro que, como todo invento revolucionario, necesitó tierra fértil en la que arraigar, la de un territorio que necesitaba ser colonizado por los aún jóvenes EE. UU., y ello implicaba cultivarlo.

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¿Cómo es posible que un simple hilo de metal pudiera llegar a modificar la evolución de la hoy nación más rica del mundo? Para entenderlo es preciso remontarse a finales del siglo XVII. El filósofo John Locke abordaba entonces el problema sobre la propiedad privada, que resolvió enunciando que la tierra sólo puede poseerse si se trabaja (por ejemplo, cultivándola), cosa que, conforme al punto de vista europeo, no hacían los nativos americanos (principalmente cazadores-recolectores).

Si bien otros pensadores influyentes como Rousseau no compartían este punto de vista, las economías europeas, basadas en la existencia de la propiedad privada, lo adoptaron como uno de los dogmas en los que basar la posesión de los grandes territorios americanos. Napoleón creó en Francia el primer catastro, decretando que todas las propiedades debían estar debidamente identificadas y registradas; este concepto fue adoptado progresivamente por las distintas naciones, incluyendo los EEUU.

En 1842 se formuló la Ley de Preferencia, y, en 1862, Abraham Lincoln promulgó la Ley de Asentamientos Rurales, conforme a la cual todo ciudadano honrado -incluyendo esclavos liberados- podía reclamar 160 acres de tierra (unas 65 hectáreas) en los territorios del oeste, lo cual atrajo a millones de personas a esas tierras. Pero en las grandes llanuras se encontraron con un problema añadido: para poseer algo es preciso también ejercer el control sobre ello.

Las llanuras eran las autopistas por las que los genuinos -e idealizados- vaqueros guiaban inmensos rebaños; así, cuando los granjeros empezaron a asentarse, se encontraron con sus cosechas pisoteadas por miles de pezuñas. Para delimitar sus terrenos, en un territorio escaso en madera, intentaron crear setos (de crecimiento lento e inamovibles) y vallas de alambre, aún sin púas, que eran simplemente arrolladas por el ganado. La situación generó las luchas entre agricultores y ganaderos que hemos visto representadas frecuentemente en novelas, películas y cómics.

MORRIS y NORDMANN (1967): Lucky Luke nº 22: Alambradas en la pradera, Barcelona, Planeta deAgostini Comics.

A partir de 1860 empezaron a surgir las primeras versiones y patentes del alambre de espino. Entre los fabricantes destacan Joseph Glidden e Isaac Leonard Ellwood, fundadores de la Barb Fence Company en DeKalb (Illinois), aunque Glidden vendió su parte a la Washburn & Moen Manufacturing Company, fabricante de alambre común en el este. 

Por su parte John Warne Gates hizo una demostración del alambre de espino de la compañía de DeKalb en San Antonio (Texas) en 1876, recibiendo un aluvión de solicitudes, ya que la valla resultó ser, tal como la describió el posteriormente apodado Me-apuesto-un-millón Gates, «más ligera que el aire, mas fuerte que el whisky, más barata que el polvo»Tras separarse temporalmente de la compañía de Ellwood y conseguir su propio emporio, finalmente volvió a fusionarse con él fundando la American Steel and Wire Company. 

El alambre de espino era un producto barato de producir y con alta demanda, al que los publicistas de la época bautizaron como «el mayor descubrimiento de la época». Por tanto, decenas de empresas se lanzaron a la fabricación, si bien acabaron fusionadas en unas pocas gigantes que aprovecharon mejor las economías de escala. Como referencia, en 1874 Glidden produjo 51 km de alambre; en 1880 su fábrica elaboró 423.000 km. En 1882 William Edenborn patentó una máquina que simplificó y abarató la fabricación de consiguiendo además que su versión no hiriese al ganado.

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Lógicamente, la irrupción de esta sencilla pero efectiva tecnología tuvo grandes detractores. Los ganaderos veían como se les restringía el paso franco que tenían anteriormente y el ganado recibía heridas o incluso moría enredado en las vallas; surgieron bandas como los Owls, los Blue Devils o los Javelinas que las cortaban y amenazaban a quien pretendiera restituirlas, hasta que las autoridades actuaron, también para frenar los vallados ilegales.

Pero como era de prever, realmente la peor parte se la llevaron los nativos. En 1887 se promulgó la Ley Dawes, que asignaba parcelas a los nativos americanos y dejaba el resto de tierras no reclamadas para los ganaderos. Si bien esto parece protegerles y estimular su integración, no dejó de ser una forma de confinarlos a reservas, obligándoles a abandonar su estilo de vida nómada. Las tribus y ganaderos llamaron al alambre de espino «la soga del diablo».

En el resto de América el proceso fue similar, y los gauchos sudamericanos se vieron también afectados de la misma manera que sus homólogos del norte: valga como dato que entre 1872 y 1882 se alambraron dos tercios de las estancias uruguayas. Pero lógicamente, la historia de este invento no acaba aquí, ya que el alambre de espino continuó abriéndose paso con nuevas funciones, pero siempre basándose en lo que mejor hace: evitar que se atraviese un lugar. 

De hecho, como hemos visto, su nacimiento en un contexto determinado está asociado a la propiedad de la tierra, y su historia, de un modo u otro, es una historia de control. Sus versiones modernas, como las concertinas, están rodeadas de polémica. La construcción de campos de prisioneros, el control de fronteras o las aplicaciones militares son imágenes que surgen inmediatamente asociadas al mismo. Se estima que cada año se construyen 8 millones de kilómetros de alambradas.

Alambradas en el campo de exterminio de Auschwitz (Archivo propio)

Sus primeros usos en el campo de batalla fueron durante la guerra hispano - americana de 1898 y la ruso - japonesa de 1904-1905. Pero tal vez el primer lugar al que lo asociamos sean los campos de batalla europeos de la Gran Guerra, donde se alcanzaron cotas casi impensables de complejidad en las alambradas, que servían para retrasar el avance enemigo mientras se concentraba el fuego sobre el mismo. 

Pese a la sencillez y bajo coste del mismo -o precisamente por ello- , resultó ser una de las tecnologías protagonistas, y un gran porcentaje del esfuerzo bélico se centraba en las alambradas, tanto para eludir las enemigas como para construir y reparar las propias. Solo los primeros carros de combate, una de las tecnologías bélicas revolucionarias de aquel conflicto, resultaron realmente efectivos contra el mismo. 

La asimilación de esta sencilla tecnología por el estamento militar ha llegado a apantallar su uso primigenio. Al final de la Segunda Guerra Mundial, durante la sangrienta conquista de Prusia Oriental por las tropas soviéticas, muchos soldados quedaron asombrados por las kilométricas vallas de alambre de espino que delimitaban las grandes fincas ganaderas de la zona: pensaban que su único uso posible era en el campo de batalla.

Como ocurre con toda tecnología, es neutral, y es el ser humano quien le da uso, sea con fines constructivos o destructivos; pero tal vez una tecnología tan sencilla como un hilo metálico con elementos punzantes sea la que puede constituirse hoy día como el más universal símbolo de la división. 

Algunos tipos de alambradas durante la Gran Guerra. De izquierda a derecha: Donnert, alambrada alta, valla de faldones cuadrada y valla de faldones piramidal (Jorgensen).

Bibliografía:
  • Hardford, Tim (2017): Cincuenta innovaciones que han cambiado el mundo, Barcelona, Conecta.
  • Jorgensen, Christer -ed.- (2009): Grandes batallas. Conflictos decisivos que han conformado la historia, Bath, Parragon Books.
  • Hastings, Max (2005): Armagedón: La derrota de Alemania (1944-1945), Barcelona, Crítica.

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