Viajes con historia: Uluṟu, el ombligo del mundo
Todos estamos de visita en este momento y lugar. Solo estamos de paso.
Hemos venido a observar, aprender, crecer, amar y volver a casa.
Dicho aborigen australiano
En fechas recientes, mis pasos me han llevado al otro lado del mundo, a recorrer la inmensa y fascinante Australia. Las crónicas de ese viaje darían para mucho, pero hoy quiero centrarme en la historia de un lugar que no puede dejar a nadie indiferente, el parque nacional de Uluṟu y Kata Tjuṯa.
Imaginen un vuelo de más de dos horas desde Sídney; durante la primera media hora por la ventanilla se veía la ciudad y los inmensos bosques de eucaliptos de las Montañas Azules. Poco a poco el panorama se vuelve rojo y totalmente liso, sin ninguna referencia visual durante cientos de kilómetros, hasta que de repente, cuando anuncian el aterrizaje, por la ventanilla aparece Uluṟu, Ayers Rock en su nombre no aborigen, una inmensa roca de arenisca de color rojo encendido, de 348 m. de altitud y 9,4 km. de perímetro. Automáticamente se entiende por qué los aborígenes consideran la misma sagrada.
Uluṟu y Kata Tjuṯa, separados unos 20 km, constituyen ejemplos de inselberg (o sea, una montaña isla, un relieve significativo aislado en una llanura). Más allá de las leyendas y mitos que hablan de su origen y su color rojo vivo, su origen más probable es el surgimiento desde el subsuelo, debido a la tectónica de placas, de grandes bloques de arenisca formados durante millones de años por la presión del lecho del antiquísimo mar interior de Australia, desaparecido hace muchos millones de años. Uluṟu brotó de forma casi vertical y Kata Tjuṯa con un ángulo más pronunciado. El color rojo, como el de todo la zona, se debe a la oxidación de minerales de hierro en un clima seco y caluroso.
La primera pregunta que me surgió es: ¿qué llevó a los aborígenes de esa zona a vivir en un lugar que está a semanas a pie, en cualquier dirección, de la costa? Posiblemente no haya una respuesta concreta al porqué de la migración que llevó a los primeros humanos a esta zona, de la misma manera que es también llamativa la presencia de distintos pueblos en otros lugares inhóspitos como el Sáhara, el Gobi o el círculo polar.
En todo caso, tal como aprendí más tarde en ese viaje, la costa norte del inmenso territorio australiano está poblado desde hace al menos 50.000 años; los Anangu, aborígenes de la zona central, el gran outback, llevan en ella desde hace unos 30.000 años. Cifras que evidentemente convierten a los primeros europeos en llegar a Australia a finales del siglo XVIII (aunque la búsqueda de la Terra Australis se remontara a siglos atrás) en recién llegados.
Tan recién llegados somos los no aborígenes (piranpa), que la zona no fue explorada hasta la década de 1870. Los nombres occidentales de las formaciones rocosas son Ayers Rock (Uluṟu), puesto en 1873 por William Goose, en honor del primer ministro británico de Australia Meridional, Henry Ayers, y monte Olgas (Kata Tjuṯa), bautizado por Ernst Giles en 1872 en honor de la reina Olga de Württemberg (benefactora del barón Mueller, patrocinador de la expedición). En todo caso, imaginen lo que debió ser para aquella gente ver aparecer un hombre blanco, montado en camello, y con un montón de extraños instrumentos. Sin duda como para nosotros ver un extraterrestre.
Los Anangu se rigen por el Tjukurpa (a veces llamado erróneamente el tiempo de los sueños); más allá de un conjunto de leyes, es un concepto que involucra la religión, la cultura, la legislación, la tradición y todo aquello que define su modo de vida. Sus lenguajes son el Pitjantjatjara y el Yankunytjatjara; son de los 2 lenguajes aborígenes supervivientes de los 50 que han aguantado el paso del tiempo: cuando comenzó la colonización europea, en Australia se hablaban unos 700.
Conforme a sus creencias, las inmensas rocas Uluṟu y Kata Tjuṯa (Muchas cabezas) son lugares sagrados y relacionados con el génesis. Uluṟu es llamado el ombligo del mundo porque aquí surgieron los primeros hombres y el primer sendero. Cada una de las cuevas, pliegues o recovecos se asocia a alguna leyenda, incluyendo diversas batallas, que han dejado su marca en la roca.
Estas leyendas no suelen revelarse a los niños hasta la pubertad, y están normalmente asociadas a distintas enseñanzas de carácter moral, como el respeto a los mayores y la tradición. Distintas zonas y rincones se consideran tabú, si bien otras pueden ser visitadas incluso por nosotros, los minga (visitantes). Aunque sobre estos temas, casi mejor que les hablen los propios Anangu:
Como registro de esas leyendas y tradiciones hay numerosas pinturas rupestres en la base de Uluṟu; la gran curiosidad de este tipo de pinturas (datadas en unos 5.000 años), es que conocemos su significado, ya que la cultura creadora de las mismas pervive. Por ejemplo, los círculos concéntricos normalmente representan pozos de agua o lugares de reunión y los símbolos en forma de U un hombre sentado, de modo que estos símbolos juntos representan una asamblea. ¿Imaginan poder saber qué significan exactamente las pinturas de Altamira, Tito Bustillo o Ekain? Lamentablemente la conservación de las mismas no es óptima en todos los casos; el boom del turismo a la zona a mediados del siglo XX hizo que para sacar fotografías con buena calidad alguna cabeza pensante tuviese la brillante idea de rociar algunas con agua para aumentar el contraste.
Relacionado con el turismo, uno de los debates que implica es escalar o no a Uluṟu; dejando aparte el hecho de que no es ni mucho menos una subida fácil (son frecuentes los accidentes intentándolo), los Anangu solicitan a los visitantes que no escalen, debido al carácter sagrado de Uluṟu. Aunque podrían haber logrado ya que fuera ilegal, ya que desde hace años son responsables de la gestión del parque nacional (y de hecho es posible que se prohíba en un futuro no muy lejano), prefieren que el no subir provenga de una decisión personal basada en el respeto. Como opción, un buen paseo en torno a la gran roca, o por Kata Tjuṯa, no son mala opción; el argumento acerca de que prohibir escalar reduciría el turismo me parece, ahora mismo, falto de base.
Por otra parte, como sabrán quienes hayan oído hablar antes de esta maravilla de la naturaleza, la foto que buscamos todos es justo el cambio de color en el momento del amanecer o del atardecer, con los rayos de sol haciendo que la gran roca de arenisca y óxido de hierro parezca iluminarse. Como estaba nublado por la mañana y lloviendo por la tarde (sí, nos ha llovido en el desierto, apenas un 2% de los visitantes puede verlo), estábamos convencidos de que nos perderíamos este momento. Pero el destino quiso apiadarse de nosotros 5 minutos antes de la puesta de sol, tal como pueden ver a continuación.
Otro día continuaré hablando de las culturas ancestrales de la isla continente. Hasta entonces, y como dirían los Anangu, tanto como saludo como despedida: Palya.
Imaginen un vuelo de más de dos horas desde Sídney; durante la primera media hora por la ventanilla se veía la ciudad y los inmensos bosques de eucaliptos de las Montañas Azules. Poco a poco el panorama se vuelve rojo y totalmente liso, sin ninguna referencia visual durante cientos de kilómetros, hasta que de repente, cuando anuncian el aterrizaje, por la ventanilla aparece Uluṟu, Ayers Rock en su nombre no aborigen, una inmensa roca de arenisca de color rojo encendido, de 348 m. de altitud y 9,4 km. de perímetro. Automáticamente se entiende por qué los aborígenes consideran la misma sagrada.
Vista aérea de Uluṟu; extraída de Wikimedia (nuestra cámara iba apagada durante el vuelo) |
La primera pregunta que me surgió es: ¿qué llevó a los aborígenes de esa zona a vivir en un lugar que está a semanas a pie, en cualquier dirección, de la costa? Posiblemente no haya una respuesta concreta al porqué de la migración que llevó a los primeros humanos a esta zona, de la misma manera que es también llamativa la presencia de distintos pueblos en otros lugares inhóspitos como el Sáhara, el Gobi o el círculo polar.
En todo caso, tal como aprendí más tarde en ese viaje, la costa norte del inmenso territorio australiano está poblado desde hace al menos 50.000 años; los Anangu, aborígenes de la zona central, el gran outback, llevan en ella desde hace unos 30.000 años. Cifras que evidentemente convierten a los primeros europeos en llegar a Australia a finales del siglo XVIII (aunque la búsqueda de la Terra Australis se remontara a siglos atrás) en recién llegados.
Tan recién llegados somos los no aborígenes (piranpa), que la zona no fue explorada hasta la década de 1870. Los nombres occidentales de las formaciones rocosas son Ayers Rock (Uluṟu), puesto en 1873 por William Goose, en honor del primer ministro británico de Australia Meridional, Henry Ayers, y monte Olgas (Kata Tjuṯa), bautizado por Ernst Giles en 1872 en honor de la reina Olga de Württemberg (benefactora del barón Mueller, patrocinador de la expedición). En todo caso, imaginen lo que debió ser para aquella gente ver aparecer un hombre blanco, montado en camello, y con un montón de extraños instrumentos. Sin duda como para nosotros ver un extraterrestre.
Vista de Kata Tjuṯa al amanecer; pese a ser desierto, había llovido mucho ese invierno y había bastante vegetación (Archivo propio) |
Conforme a sus creencias, las inmensas rocas Uluṟu y Kata Tjuṯa (Muchas cabezas) son lugares sagrados y relacionados con el génesis. Uluṟu es llamado el ombligo del mundo porque aquí surgieron los primeros hombres y el primer sendero. Cada una de las cuevas, pliegues o recovecos se asocia a alguna leyenda, incluyendo diversas batallas, que han dejado su marca en la roca.
Estas leyendas no suelen revelarse a los niños hasta la pubertad, y están normalmente asociadas a distintas enseñanzas de carácter moral, como el respeto a los mayores y la tradición. Distintas zonas y rincones se consideran tabú, si bien otras pueden ser visitadas incluso por nosotros, los minga (visitantes). Aunque sobre estos temas, casi mejor que les hablen los propios Anangu:
Como registro de esas leyendas y tradiciones hay numerosas pinturas rupestres en la base de Uluṟu; la gran curiosidad de este tipo de pinturas (datadas en unos 5.000 años), es que conocemos su significado, ya que la cultura creadora de las mismas pervive. Por ejemplo, los círculos concéntricos normalmente representan pozos de agua o lugares de reunión y los símbolos en forma de U un hombre sentado, de modo que estos símbolos juntos representan una asamblea. ¿Imaginan poder saber qué significan exactamente las pinturas de Altamira, Tito Bustillo o Ekain? Lamentablemente la conservación de las mismas no es óptima en todos los casos; el boom del turismo a la zona a mediados del siglo XX hizo que para sacar fotografías con buena calidad alguna cabeza pensante tuviese la brillante idea de rociar algunas con agua para aumentar el contraste.
Pinturas rupestres en Uluṟu (Archivo propio) |
Uluṟu visto de cerca, y con un color curioso debido a la lluvia. Tomen como referencia los árboles para hacerse una idea de la inmensidad del inselberg (Archivo propio). |
Doble arco iris (el segundo se ve un poco tenue) sobre Uluṟu, unos minutos antes de la puesta de sol en un día lluvioso. (Archivo propio) |
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