Del palo afilado a la ciberguerra: la tecnología en el campo de batalla (V)

Se me ocurrió que podía inventar una máquina —una pistola— que, por su rapidez de fuego, reemplace la necesidad de grandes ejércitos, y, en consecuencia, la exposición a la batalla y la enfermedad se vería muy disminuida.
Richard J. Gatling

Hola a todos. Tras revisar, antes del parón estival, en la anterior entrada la evolución de la guerra naval desde la edad media hasta los comienzos del siglo XX, retomamos el pulso a la guerra terrestre, que habíamos dejado aún en el siglo XVII. Además de la profesionalización de las fuerzas armadas, la tónica en cuanto a temas militares es, en este periodo, la búsqueda de armas de fuego más eficaces.

Para entender la evolución de la era de la pólvora, es preciso citar que las armas de fuego de los siglos XVII – XIX requerían una línea de batalla, que disparaban a una distancia de más o menos 50 metros contra una línea similar de soldados enemigos, dispuestos en varias filas; esto permitía tener una línea disparando mientras las otras estaban en alguna etapa de recarga y preparación del disparo. Lo cual requería de tropas bien entrenadas, a fin de poder realizar de forma eficaz estas maniobras. En la película El patriota puede verse bien representado el aspecto general de estas líneas de batalla y su funcionamiento.

El mosquete sufrió varias evoluciones, siendo la más importante de ellas la sustitución de la mecha por un percutor de pedernal, capaz de generar una chispa; sin embargo, esto no consiguió mejorar el alcance ni la precisión de los disparos. El hecho de que los mosqueteros portasen solo 12 cargas de pólvora (los 12 apóstoles) nos da una idea de la lenta cadencia de disparo


Los 12 apóstoles, conteniendo las dosis de pólvora para el combate.
En el centro, el saco de piel con las cargas. Imagen de lasegundaguerra.com
Posteriormente, la incorporación de la ya citada bayoneta (primero encastrada y luego de cubo) permitió unificar los distintos tipos de tropas: los mosqueteros ya contaban con la capacidad de defenderse en el cuerpo a cuerpo. Por su parte, el mosquete cada vez era más estilizado, largo y ligero; las cargas de pólvora se embalaron en cilindros de papel, y los nuevos sistemas de disparo y carga permitieron reducir el tiempo de recarga, llegando a lograrse cadencias de 3 disparos al minuto.

La siguiente evolución, el fusil propiamente dicho (aunque la incorporación del pedernal hace que se denomine así también a los últimos modelos de mosquete) nace en Pennsylvania en 1710, y, como es lógico, inicialmente es mucho más apto para tropas no regulares. La operación de carga requería en el fusil Pennsylvania el doble de tiempo que la del mosquete pero con un alcance de más del doble, y mucha mayor precisión

Los soldados armados con mosquetes debían mantener una formación en línea recta y disparar a la vez en dirección al enemigo, pero al bulto; los armados con fusiles (que tenían el ánima estriada en espiral) podían alcanzarles sin darles tiempo siquiera a alinearse. Las estrías provocan que la bala rote, y de esta manera se mantiene estable la trayectoria durante el avance al mantener su eje paralelo con la línea de vuelo; como consecuencia aumenta el alcance y la puntería del fusil. Resulta curioso como si bien los suizos ya conocían el estriado del ánima en 1563, tardó siglos en incorporarse a las armas individuales.

El 28º Regimiento de "Casacas rojas" forma cuadros ante los franceses en la batalla de Quatre Bras,
unos días antes de la batalla de Waterloo. Cuadro de Lady Butler. Imagen libre de Wikimedia.
No se detuvo aquí la evolución; si bien el periodo napoleónico introdujo novedades logísticas, estratégicas y tácticas, no trajo grandes avances técnicos. Habrá que esperar a 1835 para encontrar el siguiente cambio importante: el revólver. Si bien las tropas británicas en la India ya disponían en 1819 de unas primitivas armas de repetición manufacturadas, será Samuel Colt quien patente el primer revólver moderno, capaz de disparar 5 balas antes de recargar, y que, lógicamente, se popularizó con rapidez. Las películas del oeste no serían lo mismo sin este arma, ¿no creen?

Imparable, la evolución de las armas de fuego alcanza un nuevo hito: el cartucho, en 1840. Si bien, como ya se ha citado, en el siglo XVII ya existía como cilindro de papel que contenía a la vez la pólvora y el proyectil, la verdadera revolución llegó con los cartuchos para armas de retrocarga, en contraposición a las de avancarga tradicionales. 

Johann Nikolaus von Dreyse fue el primero en diseñar un fusil de recámara que permitiera a las balas deslizarse por la parte posterior del cañón, permitiendo una recarga mucho más rápida. La incorporación del percutor perfeccionó el mismo: provisto de una aguja que al incidir sobre la carga de pólvora del cartucho, lo hacía estallar y el proyectil salía disparado. Este fusil fue adoptado por el ejército prusiano, lo cual contribuyó a su superioridad sobre las otras potencias europeas.

Como modificación del fusil surge la carabina; más pequeña y menos potente, estuvo destinada inicialmente a las tropas de caballería. Estas armas tuvieron impacto sobre todo en los EEUU durante la guerra de Secesión, con la carabina de repetición Spencer, y posteriormente, gracias al famoso rifle Winchester, que llegó a convertirse en sinónimo de fusil de repetición, y que, de nuevo, conocemos sobre todo gracias a los westerns.

Ametralladora Gatling. Imagen libre de Wikimedia.
Analizando esta evolución, queda claro que la tendencia era, sobre todo, la de conseguir la mayor tasa de disparos, con lo que el siguiente paso era obvio: la ametralladora. La primera patente es la Gatling norteamericana de 1862. Fueron inicialmente usadas en combates coloniales, y su uso en la guerra franco-prusiana no produjo grandes resultados (debido en parte a la gran calidad de los fusiles de retrocarga prusianos), por lo que los ejércitos europeos aun desconocían su verdadero potencial cuando estalló la Primera Guerra Mundial.

Cabe, en este punto, citar la anterior serie de este blog, El futuro ya no es lo que era, en la cual hablamos de la novela La batalla de Dorking, de Chesney, escrita en 1871 e inicio de una retahíla de novelas de guerras futuristas que describe los horrores de una guerra mecanizada; esta novela, y varias similares, son productos lógicos del impacto causado en la sociedad por las masacres de la guerra de secesión norteamericana y la franco-prusiana de 1871. Pese a esta llamada de atención, los cerebros militares de su tiempo fueron incapaces de prever lo que pasaría en Europa unas décadas más tarde.

Analizaremos los conflictos del siglo XX, y las capacidades, inimaginables no muchos años antes, de la tecnología bélica empleada en los mismos, en la siguiente entrada de la serie.

Hasta entonces, cuídense.

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