De las tierras de Britania a la bella Easo
Dentro
de muy poco tiempo el único recuerdo que permanecerá será el túmulo de césped
que los amigos de los muertos hayan amontonado sobre ellos.
Henry Wilkinson, cirujano de Legión Auxiliar Británica.
Me
estoy dando cuenta de que muchas de las entradas que escribo tienen como
protagonistas, de una u otra manera, a las tropas o tierras de su graciosa
majestad. Bien sean los maoríes, los
emigrantes italianos o incluso las antenas el
elemento central de la entrada, aparecen por algún lado las fuerzas británicas.
Supongo que mi afición por la historia militar tiene mucho que ver; y es que
los anglosajones han sido en los últimos siglos, en términos bélicos, el
perejil de todas las salsas.
Tengamos
en cuenta también que, pese a épocas concretas en las que hemos sido enemigos
(y digan lo que digan, dimos tanto en Cartagena
de Indias como recibimos en el Canal,
amén de otros episodios) en muchas otras hemos sido un aliado natural, por
aquello del enemigo común situado entre ambos. En este caso concreto, viajamos
a principios del siglo XIX, época en la que la guerra golpeó duramente las
tierras del norte de la península.
Durante
nuestra guerra de independencia (o
guerra peninsular, en la denominación inglesa) los casacas rojas
dirigidos por Wellington
constituyeron en tierras de España y Portugal una pesadilla para le petit caporal. En
junio de 1813 las tropas británicas atacan San Sebastián,
ocupada por las fuerzas francesas; tras asediar y bombardear la ciudad, se
produce un asalto llevado a cabo por voluntarios (“los desesperados”), que
termina en una masacre de los mismos. Pero durante dicho asalto se produce un
incendio que vuela un polvorín francés, hecho aprovechado por los aliados y que
obliga a los napoleónicos a retirarse al castillo, donde se rendirían el 8 de
Septiembre. Lamentablemente, el fuego se extendió a toda la ciudad,
destruyéndola; sólo se librarían las parroquias de Santa María y San Vicente, y 35 casas en la calle Trinidad, hoy llamada 31
de Agosto, día del asalto y el incendio consecuente. Hay que decir
que aunque fueran nuestros aliados en ese momento, los británicos son acusados
de barbarie en estas jornadas, y se les atribuye tradicionalmente el provocar
el incendio.
Años
más tarde, en 1833, estalla la Primera
Guerra Carlista; País Vasco y Navarra son los principales
escenarios de los combates, al existir un gran apoyo al pretendiente Carlos en
la zona. A finales del verano de 1836 llega la Legión
Auxiliar Británica en apoyo de los isabelinos; unos 10.000
soldados de esta unidad se concentraron en los alrededores de San Sebastián al
mando directo de George
Lacy Evans que, a su vez, estaba a las órdenes del general Fernández
de Córdoba. Entre otros hechos, estos soldados participaron en 1836
en la defensa del puerto y la fortaleza del monte Urgull de esta
ciudad, ante los intentos carlistas de sitiar la ciudad, y en la conquista del puerto de Pasajes.
Todo
esto nos lleva a lo que realmente les quiero contar en este artículo: la
existencia de un precioso rincón situado en la ladera norte del monte Urgull,
llamado el cementerio
de los ingleses. Situado bajo el castillo, un poco alejado
del mar y medio oculto entre árboles y rocas, este rincón rezuma encanto, y ese
romanticismo tan propio del siglo XIX. Yo al menos me llevé una sorpresa al verlo, pues apenas tenía noticias de su existencia.
A
su aura de misterio contribuye el hecho de que hay varias lagunas sobre su
origen; la primera noticia fiable del mismo es de 1838 realizada por Henry
Wilkinson; parte de su descripción encabeza este artículo. El cementerio actual está
formado por las sepulturas de oficiales británicos muertos en la Primera Guerra
Carlista, aunque hay más tumbas a considerar: algunas fechadas en 1813, otra de
la esposa e hija del médico militar John Callender, e incluso la de un mariscal
español: Manuel Gurrea,
héroe de la batalla de Luchana
y amigo de Espartero, muerto en los campos de Andoain el 29 de mayo de 1837. Fue enterrado aquí
seguramente debido a que era gran amigo del general Lacy. Otras tumbas han, en
la práctica, desaparecido. El listado detallado pueden verlo aquí.
Hablemos
ahora de sir
Richard Fletcher; fue uno de los más importantes ingenieros
militares británicos, al ser autor de las casi infranqueables lineas
de Torres Vedras de Lisboa erigidas durante la guerra
peninsular; falleció durante los hechos del 31 de Agosto. Existe la opinión de
que sus restos se encuentran enterrados en el Cementerio de Los Ingleses; en
todo caso, según la documentación, su cuerpo con el de otros oficiales ingleses
fue enterrado en el alto de Aitzerrota (Molino de Viento). Parece lo más
probable, según
algunos autores, que en este alto se edificó un pequeño
monumento a modo de recordatorio (parte del cual estaría actualmente en el
cementerio de Urgull), y que los restos de Fletcher acabasen en el cementerio
de San Bartolomé; al ser clausurado este y no ser reclamados por particulares
ni gobierno alguno, fueron enterrados en una fosa común, desapareciendo todo
rastro.
Parte
del misterio se debe a que una vez terminada la Guerra Carlista, el cementerio
quedó en un estado lamentable por el descuido
y abandono, desapareciendo inscripciones de las cruces de madera, e
incluso estas. Y puesto que el emplazamiento está pegado al recorrido de un
tradicional via crucis, la presencia
de las cruces del mismo pudo contribuir a la confusión.
Merece
la pena mencionar también un hecho curioso; próximo a San Sebastián está el monte
Oriamendi; según una leyenda, la
música del célebre himno que lleva el nombre de esa batalla (tuvo lugar en 1837 y fue una gran victoria carlista) procede de una partitura
encontrada en la mochila de un británico fallecido en la pelea; estaría pensada
para que los liberales celebrasen la victoria que daban por casi asegurada,
pero, irónicamente, su uso fue precisamente el opuesto.
Yacen,
pues, en un coqueto rincón de San Sebastián, algunos soldados británicos que
ayudaron a conformar la España actual, y que forman parte tanto de una pequeña
curiosidad histórica como de un rincón realmente agradable para pasear y
meditar. Les queda el consuelo, esperemos, de tener buenas vistas en su
descanso.
Impagable,
sobre este tema, y otros rincones y
hechos de la historia de San Sebastián, el blog Comeduras
de tarro, que ha servido de fuente principal para los
detalles de esta entrada. Igualmente,
es necesario mencionar la presencia de otro cementerio de oficiales británicos en Bayona.
Las fotos han sido realizadas por mí, por lo que
lo que no están sujetas a derechos ajenos a Licencia Histórica.
Cuídense.
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